martes, 23 de junio de 2020

Tiempo de llorar. María Luisa Elío (II) El relato autobiográfico



Tiempo de llorar, Ediciones El Equilibrista, Méjico 1988 , María Luisa Elío.. La misma publicación , Tiempo de llorar  y otros Relatos se dio a la imprenta en España, editada por Turner, Barcelona , 2002. Consta de de 180 páginas y prólogos de Álvaro Mutis y Salvador Elizondo y Epílogo de Álvaro de la Rica.

El Texto (II)
El relato autobiográfico de María Luisa Elío utiliza la técnica narrativa de monólogo interior, narrado en primera person. Esta autobiografía, que formará parte de los anales del siglo XX para relatar el exilio español, difícilmente podía ser una historia inventada por la sinceridad de los sentimientos expresados y la desolación que muestra. Es una reflexión circular sin secuencia ni límites temporales, como suele acontecer el pensamiento cuando no racionaliza con método, sino que se deja fluir. Las ideas se agrupan y discurren por caminos no siempre guiados por la lógica, sino por el sentimiento y la emoción. Presente y pasado se mezclan y confunden. Ese discurrir del pensamiento se alterna con los pequeños diálogos con el hijo, Diego, al que ha traído con ella, sin que el monólogo se altere y se rompa. Interrumpen el ensimismamiento igualmente las cartas que pone en el correo o recibe de sus hermanas.
Escrito sin retórica, la historia que nos cuenta es su historia, toda la biografía que conocemos: los lugares de su infancia,  el inició que lo que ella como niña recuerda del apresamiento del padre, de la huida con su madre y hermanas de Pamplona a Elizondo, a Barcelona y después de España, el fracaso familiar del matrimonio de sus padres y sus muertes.
Al otro lado de océano, en Méjico, la memoria de Navarra para la niña Elío debió resultar borrosa, obsesiva y persistente: La desubicación provocada por el exilio a una tierra desconocida, es más perturbadora en una niña con una personalidad muy incipiente que se fue dejando todo lo que había ido construyendo su mundo arropado y familiar.  Tenía siete años cuando se marcha de Pamplona, once cuando llega a Méjico. A los cuarenta y un años, Pamplona para María Luisa Elío fue un dolor que necesitaba borrarse.

“AHORA ME DOY CUENTA QUE REGRESAR ES IRSE. Es decir, volver a Pamplona es irse de Pamplona. Al fin, voy a volver donde las cosas no están ya. He vivido en el mundo de mi propia cabeza, el verdadero mundo quizá y contando poco con el mundo exterior. Ahora al fin me atrevo a regresar donde ka gente ha muerto. Por eso sé que regresar es irse, irme. Irme de una vid, casi de toda una vida ( y sigo hablando del orden del pensamiento), porque sé que ahora la mirada solo va a servir para borrar (p. 19)


Todos los estudios que han hablado de esta publicación señalan el inicio con la frase arriba mencionada. Como en los libros de viajes, la vuelta a Pamplona, Tiempo de llorar fue la historia de un viaje, pero no fue como el volver a la Ítaca de Ulises donde sabe que alguien le espera, ni es el viaje de Pedro Páramo a Comala donde todos han muerto. Tampoco fue recobrar el paraíso perdido de la infancia, pues la infancia que se quiere encontrar no es un paraíso sino un tiempo de desgarro. Ni fue el tiempo perdido de Proust, todos ellos viajes literarios al pasado a los que muy oportunamente aluden los prologuistas. Perdido el padre perdida la madre, el viaje de Elío es el intento de una mujer, que es adulta y sigue siendo aquella niña y que hablan las dos confusamente en el texto de poder borrar las referencias, de verlas muertas. La metáfora de ese viaje de vuelta sería, opino, como el regreso de una superviviente a un espacio consumido por la desolación, como contemplar el hueco dejado en Pompeya -Pamplona- por las figuras que una hecatombe consumió y de las que solo quedan las figuras de sus restos vacíos en un espacio arrasado. Nadie conoce a María Luisa, divaga, nadie la llama por su nombre, tal vez esté muerta, no puede encontrarse.

 Hay, en otro plano igualmente válido, opino,  en la intencionalidad del viaje a los orígenes acompañada de su hijo de siete años, un intento de trasmisión vital. Nada tiene ya la mujer, muerto el padre, muerta la madre, separada del marido, abandonada la casa de Méjico para no pagar los meses en que esté fuera, los muebles recogidos en una casa ajena, están en Pamplona en una casa prestada por unos buenos amigos ¿qué quedaba? - Quedaban tres espacios que trasmitir y que borrar, Pamplona, Barañáin y Elizondo. La realidad es Diego. La escritora y su hijo van a recorrer en Navarra los escenarios retenidos para luego marcharse y edificar de nuevo.

 En Pamplona, deambulan por la casa cerrada de Roncesvalles número dos, su casa a la que insistentemente vuelve, y que ahora es como una persona muerta, con el balcón vacío y las ventanas cerradas. Pasa y traspasa sin poder subir más allá del portal, porque los nuevos dueños están fuera y el portero no se atreve a enseñársela, si no tiene permiso. De la casa, pese al tiempo transcurrido, lo recuerda todo. Evoca el despacho de su padre, el comedor y la sonrisa de su madre, el olor a naftalina del arcón donde se guardaban las mantas y los sombreros, el olor a pipa de su padre, los pasillos largos, las cornucopias, la biblioteca con el retrato paterno y el materno, las habitaciones lacadas. Pamplona es también las calles que recorrió de niña, la Media Luna, donde su hijo se asombra jugando con la nieve, los sabores del pan tostado con mantequilla y el café sin azúcar como su madre acostumbraba a tomar y que es ahora su costumbre. Pamplona "es" los muy poquitos lazos afectivos. Le resulta muy grato el encuentro con sus amigos Víctor Torres y su mujer, Cucú posiblemente el encuentro más luminoso del viaje. Son amigos de aquí, pero también de allí, porque Cucú y Cata, su madre, son mejicanas y ésta última suegra de su hermana Cecilia que intentan por todos los medios que se sientan a gusto, y ponen siempre un plato en su mesa y los llevan de excursión al campo. Quedan los lazos de su tía Ana María Areitio, a la que visitan, pero que habla de sus padres como ya muertos y María Luisa quiere pensarlos vivos en Pamplona, cuando en casa de su tía en la Plaza del Castillo mayores y niños todos los miércoles jugaban a las cartas. Pero los primos con los que jugaban no son visitados ni aparecen en el relato, es opinión mía, ¿también se han perdido?. Juegos fueron las muñecas que abandonó al partir porque tenían que marchar con lo puesto para no despertar recelos de los enemigos de su padre.
 No hay reproches ni toma de postura política, ni habla de la guerra más de lo necesario para explicar lo ocurrido:

“No comprendo por qué han detenido a papá. Siempre oí decir que era muy bueno. También había oído decir que era de izquierdas y eso no se lo perdonaban. No es que supiera yo muy bien qué eran las izquierdas y las derechas, pero si empezaba a darme cuenta. Me di cuenta al ver como perseguían a aquel hombre por los tejados, me di cuenta cuando se escondió y una mujer gritó donde estaba. También me doy cuenta ahora que quieren matar a mi padre. ¿Matar a papá? entonces en mi cabeza de niña se hizo claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos. (p. 62)

Una visita obligada en el viaje de vuelta era Barañáin, y allí va con su hijo en un taxi, aunque la visita activa los recuerdos nuevamente de su infancia, de las procesiones, de su padre, su madre y sus hermanas, como iban vestidas para los actos religiosos. Nos sugiere ese sentido de trasmisión de la pertenencia de lo que fue un espacio querido de su familia y suyo propio y cuánto hay de “korrika” generacional en esa visita donde la madre intenta enseñarle al hijo la identidad de su origen  que ella todavía no ha perdido del todo y del que se siente satisfecha:

“Nos instalamos en el coche mientras le explico a diego qué es Barañáin. “Es un pueblo que era de tu abuelo, pero eso me parece que no te importa. Sin embargo, hay algo que me gustaría que recordaras de mayor, y es que el abuelo regaló todas las casas del pueblo a quienes vivían en ellas, con una parte de las tierras. ¿Te aburro verdad? Pero creo que después te gustará”

 Tampoco reconoce el pueblo, parecía, dice, que lo habían barrido. Quedaban dos casas, la casa de los señores (sus padres) y la iglesia, a la que intenta entrar y está cerrada.  El pueblo, antiguo que le evoca un pasado rural, ahora está en construcción y derribo. El taxista que la lleva afirma que era antes su dueño un marqués muy alto y guapo y María Luisa le contesta que era su padre. Es el único momento en la narración en que la escritora dice sentir que el dolor se va convirtiendo en odio, que no había pensado nunca en su padre como dueño de todo eso, menos aun recordando cómo murió. La visita a Barañain, derrumbada en la cama de la casa prestada acaba en llanto.
Quedaba todavía un espacio por recorrer, Elizondo, ciudad en la que las tres niñas y su madre fueron retenida en una especie de improvisada cárcel por no permitírseles la huida a Francia. La niña no sabía por qué. En la narración mujer y niñas se confunden y entremezclan en todo el relato, pasado y presente, niña y adulta.  Es allí donde ve a un hombre fugitivo escondido en los tejados que le pide un cigarrillo y al que, cuando parecía haber conseguido ocultarse una mujer denunció desde la casa de enfrente: “Ahí, ahí está”. Preso que, al día siguiente cuando iba a llevarle un cigarrillo supo que estaba ya muerto. La niña se prometió a sí misma llevarle flores a su tumba y ahí estaba una mujer adulta con un niño pequeño buscando el cementerio. Diego recoge flores silvestres y le dice a su madre: “Toma, mamá para tu preso” ·Gracias, hijo, se la pondremos entre los dos” “no, tú sola. Flores depositadas en la tumba común donde pensaba que aquel sin nombre estaría enterrado, daba por cumplida su promesa.
 La complicidad de la madre y el niño es muy firme. El niño conoce la historia que está recorriendo su madre, ha debido ella contársela. El ensimismamiento de Elío durante todo el relato será interrumpido por la presencia de Diego. El discurso emocionado y angustioso del fluir mental, descenderá a la realidad solamente ante la preocupación por el niño de siete años, que es también la ternura del niño por la madre y la presencia que la devuelve a Méjico, que es ahora quien puede retenerla, su hijo, sus hermanas, sus sobrinos. La infancia había sido robada.

Sabía que yo no vivía allí, sabía de mamá y papá y sabía que no pasearía con mis hermanas. Hasta creo que también sabía de mí, María Luisa, muerta también, Estaba muerta porque yo era un yo sin nada. Ahora me quitaban el recuerdo del pasado, del que yo había el presente, y sin tener ninguno de los dos me era imposible pensar en el futuro

 El discurso se centra y descentra, se contradice, la sensación de pérdida, la angustia de perder la memoria y los recuerdos y quedarse vacía, la necesidad de despedirse del pasado, porque sin pasado no hay presente y sin presente no hay futuro y el miedo a quedarse vacía y sin recuerdos. El recuerdo que le obsesiona acabará y nacerá un recuerdo nuevo, un recuerdo del recuerdo de lo que ya ha comprobado que no existe. Borrar de la memoria el pasado que pesa y condiciona es trazar una nueva existencia. Romper lazos para afianzar lazos que la ayuden y ayuden a su hijo a vivir.

Y no era Méjico lo que me asustaba sino el dejar España y ahí mis treinta años de recuerdos. ¿En qué iba yo a pensar de ahora en adelante? Esas largas horas de soledad en casa, en donde me pasaba el tiempo y las horas recordando los gestos y los lugares como si estuviera en ellos ¿con qué los iba a llenar?, ¿con que iban a ser suplantadas? Y al ver cada gesto de mi hijo, lo vivo que era, la realidad tan total, tan capaz de llenar cualquier vacío me daba también cuenta de que no llenaba ningún vacío, que había también vida, y que la vida era suya

Escribe a sus hermanas diciendo que vuelve, que no sabe si ya ha acabado lo que vino a hacer, pero que acaso no acabe nunca. Pasa por última vez por la avenida de Roncesvalles dos y mira la ventana. Esta vez la piensa iluminada con las sombras queridas vivas y se despide:

“Adiós, papá”
“Adiós, mamá
¡Gracias, Dios mío!

 En el regreso a Méjico, Elío repasa la historia de su estancia en Barcelona, el internado en Francia, la venida de su padre desde el campo de concentración de Gurs y el resto de su biografía infantil.Por ella sabemos la biografía que incluimos en la primera entrada de Tiempo de llorar. Toda su biografía cabe en este relato que tiene el pasado como punto de referencia y el llanto de una adulta que llama a su madre como si aún fuera niña confundida..   

¿Por que es un castigo si ha sido buena? Una crisis larvada desde los siete años, con complejo de que el castigo de lo ocurrido no necesariamente respondía a ninguna culpa ni de su padre, ni de su familia ni suya propia.
Su relato autobiográfico, nos pueden hacen entender mejor los estragos del exilio de los españoles que, como ella, perdieron la guerra, pero que no consiguieron perder la memoria de su tierra, aunque ya nadie los reconociera a este lado: España. Es un relato autobiográfico que demuestra que el exilio, en este caso de María Luisa Elío, marcada por el desplazamiento del espacio concreto. la añoranza de una época a la que no puede volver, la destrucción del matrimonio de sus padres, de su hábitat natural  interrumpió la creación de la identidad. Su caso fue también la pérdida de los lazos de la familia paterna a este lado, en España, problema común a muchos españoles después de una guerra civil que enemistó y dividió a muchas familias. Si este relato fuera inventado, sería menos triste, quizá también menos revulsivo. Es la tristeza de un testimonio. Y es una joya literaria

Al margen de Tiempo de llorar


María Luisa Elío regresó a Méjico con Diego. Su vuelta de Pamplona fue revulsiva y le agravó la crisis de identidad que desembocó en total enajenación. Tuvo que ser internada durante tres años en una clínica mental. Superada la locura, la escritura tuvo para ella un efecto terapéutico, fue capaz de incorporarse nuevamente a la realidad y entonces escribir Tiempo de Llorar y otros relatos autobiográficos. Volvió más veces a España con sus hermanas de una manera más distendida. Participó en temas culturales con amigos en Méjico. En los años 80, trabajó como coordinadora de exposiciones en el Museo de Bellas Artes en Ciudad de Méjico y en los 90 en la televisión mejicana Televisa como coordinadora y productora de programas culturales. En 2007 el Gobierno español le concedió la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica por sus servicios a España Murió en Coyoacán, ciudad de Méjico, el 17 julio de 2009. En Pamplona justo habrían acabado los sanfermines.




miércoles, 17 de junio de 2020

Tiempo de Llorar, María Luisa Elío. (I) La autora


 Tiempo de llorar, Ediciones El Equilibrista, Méjico 1988 ,
María Luisa Elío.. La misma publicación , Tiempo de llorar  y otros Relatos se dio a la imprenta en España, editada por Turner, Barcelona , 2002. Consta de de 180 páginas y prólogos de Álvaro Mutis y Salvador Elizondo y Epílogo de Álvaro de la Rica.

Relato autobiográfico muy bien escrito y conmovedor de una escritora exiliada desconocida durante mucho tiempo en España, a pesar de que era española. Desconocida durante mucho tiempo en Navarra, a pesar de que era navarra. Hoy tiene dedicada con su nombre la biblioteca de Barañáin, al lado de Pamplona, un pueblo nuevo que tiene como nacimiento un señorío que fue de su familia Elío.
Es un libro necesario que hay que leer antes de olvidar del todo los españoles del éxodo y del llanto. Maria Luisa Elío lo merece.
 
La autora (I)

 María Luisa Elío fue de esa generación llamada  de los niños de la guerra, tenía siete años cuando se inició. Nacida en el lugar equivocado, en Pamplona en 1929, siete años antes de que empezara la Guerra Civil española. La mujer a la que Gabriel García Márquez le dedicó Cien años de soledad, vivió con su familia el exilio en Méjico y participó en los movimientos de vanguardia de cinematografía, de teatro y de narrativa. Fue actriz, escritora y agente cultural.

Cuenta que cuando conoció a García Márquez  estaba invitada junto con su marido Jomi García Ascot a cenar a  casa de Álvaro Mutis para presentarles a un escritor colombiano que pasaba por Méjico camino de París y que vieron aparecer en la cena a un jovencito blanco, blanco que era Gabo. Y que Álvaro le decía- “Gabo, Gabo, cuenta cosas, cuenta eso que estás pensando escribir”. Y que Gabo contaba cosas como que en su tierra había visto llover flores, que a todos dejaba maravillados con sus historias.  Pero la escritura de Cien años de Soledad fue posterior, años más tarde, cuando, estrechada la amistad, un día salía el grupo del teatro de Bellas Artes y se fueron todos a cenar a casa de Carmen y Álvaro Mutis y comer un arroz a la catalana que iba a hacer Carmen. Gabo acabó contando lo que estaba escribiendo. Lo cuenta así Gabriel García Márquez:

“María Luisa Elío, con sus vértigos clarividentes, y Jomi García Ascot, su esposo, paralizados por el estupor poético, escuchaban mis relatos improvisados como señales cifradas de la divina providencia. Así que nunca tuve dudas, desde las primeras visitas para dedicarles el libro”.                                                                                                            
María Luisa cuenta algo parecido:

“¿Te gusta la historia?   
  - Me maravilla,me vuelve loca ¡Escribirás la historia otra vez!
  - ¿Pero te gusta?, volvió a preguntar   
  -Si
- Entonces es tuya”

La importancia de la obra Cien años de Soledad de García Márquez nos hizo volver los ojos a la mujer a quien se la dedicaba. ¿Quién era María Luisa Elío Bernal?. 
De origen aristocrático, su padre, Luis Elío, era hijo del noble Fausto Elío Vidarte ingeniero de Caminos, Canales y Puertos perteneciente a una acrisolada saga de militares e ingenieros industriales y  propietarios navarros. A pesar de su ilustre ancestro Francisco Javier Elío, general absolutista ajusticiado en Valencia por los liberales, a pesar de la saga de parientes de apellidos nobles, Vidarte, el marqués de Vesolla, el duque de Elío, el duque de Uzceda, el conde de Guenduláin, el conde de Rodezno, los Ansaldo, dice su biógrafo, Eduardo Mateo Gambarte, que el padre de María Luisa, Luis Elío, era republicano y liberal.  Fausto Elío, padre de Luis, pudo ser de los mayores propietarios de Navarra y Luis dueño con sus hermanos del Señorío de Barañain, un pueblo hoy parte de la infraestructura urbana lindando con  Pamplona, amén de otras propiedades, pero el juez Luis Elío no  tenía buena prensa entre los alzados con el general Mola el 18 de julio. Su sentido cristiano y no el comunismo, afirmó posteriormente Luis en sus memorias, Soledad de Ausencia, Entre los recuerdos de la muerte, le hizo donar a sus arrendatarios de Barañáin las viviendas donde vivían, cosa que no se entendía. Contaba también en su contra que como juez, presidía los comités mistos paritarios que durante la república se institucionalizaron y pasaron a llamarse Jurados Mixtos de Trabajo y que tenían como misión prevenir los conflictos entre patrones y obreros, lo cual no era siempre fue bien aceptado. Por otra parte, aunque sus hijas afirman que no militaba en nada y que tenía amigos de todas las tendencias incluyendo al obispado, su nombre figura hoy en la Fundación Pablo Iglesias, como miembro del PSOE, lo que pudo agravar su situación. 

El día 19 de julio muy de mañana unos policías secretas y falangistas y también los carlistas se presentaron en su casa para detenerlo, detención en la que estuvieron presentes su mujer, Carmen Bernal y sus tres hijas, Cecilia, Carmen y María Luisa. Elío fue llevado a la comisaría, pero un capitán carlista amigo que le apreciaba, intentó ayudarle y, aprovechando el caos inicial de detenidos, y el trajín, en una distracción, consiguieron marcharse caminando uno al lado del otro. Le dio el salvador carlista cobijo en su casa algunos meses, y en vista de que el peligro de la persecución se agravaba, lo traslado a casa de otro carlista amigo que lo ocultó hasta acabar la guerra, no sin problemas y sin miedo, en un cuarto de tres metros cuadrados Casa de la Misericordia de Pamplona.

Nada supieron su mujer y sus hijas de su paradero en este segundo escondite. Alguien llevó a su casa ropas manchadas de sangre dándolo por muerto, pero la noticia de que pudiera estar vivo aconsejó a la familia marcharse de Pamplona para que no pudieran ellas servir de chantaje a los perseguidores. Así llegaron a Elizondo, de paso para Francia. No lo lograron., María Luisa y su familia fueron retenidas tres meses. La noticia del suicidio de Luis Elío en Francia y la publicación de su esquela, rebajó la tensión a las que eran sometidas y pudieron abandonar Burguete, viajar a Valencia, luego a Barcelona y acabada la guerra, ayudadas por Indalecio Prieto, exilarse a Francia. Las tres chicas en España habían estudiado en el colegio de las Ursulinas, en Francia, estuvieron en un internado, luego en otro regido por exiliado rusos blancos para niñas exiliadas. La madre, Carmen Bernal, trabajaba en un hotel, trabajo a la que no estaba acostumbrada,  e iba a verlas los domingos. Allí en París acudirá Luis Elío, su padre,  después de haber cruzado la frontera camuflado con un grupo de amigos y después de haber pasado por el campo de concentración en Gurs. Afirma María Luisa recordando aquello que todo lo trastocó la guerra, ya ni su padre era reconocible, que cuando llegó a París había muerto, que su madre tampoco fue la misma.

 La invasión nazi de Francia, volvió a cambiar el destino de residencia de muchos republicanos, y nuevamente ayudados por Prieto, se exiliaron a Méjico en 1940. El matrimonio no pudo rehacerse y acabó separándose. María Luisa tenía a su llegada a México 11 años. Muy deprimida por el cambio familiar, y por las enfermedades y operaciones de la madre a la que sentía muy unida, intentó readaptarse a la nueva situación. Estudió primaria en el colegio Ruiz de Alarcón y el bachillerato en la Academia Hispano Mejicana y se matriculó de teatro en la Academia del profesor Seki Sano. Frecuentó amigos vanguardistas y formó parte de un grupo de teatro experimental: “Poesía en voz alta” donde participaba Octavio Paz, Juan García Ponte, Carlos Fuentes y Juan Soriano y las pintoras Remedios Varo y Leonora Cárrigton según recoge su biógrafo Eduardo Mateo Gambarte en una obra sobre los exiliados navarros, publicada por el Gobierno de Navarra en 2001:  El Exilio Republicano Navarro, 1939 Creo que hasta ese momento era María Luisa desconocida en su tierra. Posteriormente el autor ha publicado un trabajo monográfico: María Luisa Elío Bernal, La Vida como Nostalgia y Exilio, publicado por la Universidad de la Rioja.

Iniciada en esa época en el camino del arte y de la escritura, trabajó como actriz – era muy guapa- en varias obras de teatro y películas y publicó cuentos en el Suplemento Cultural de Novedades y en la Revista de la Universidad. Trabaja en lo que puede; no fueron tiempos de economía boyante, su madre está muy a menudo enferma, sufre internamientos y María Luisa sigue viviendo con ella hasta su muerte ocurrida en 1955, a consecuencia de una caída en un intento de huida del sanatorio donde estaba internada. Ese mismo año se casa con Jomi García Ascot, otro español de la generación de niños de la guerra, nacido en Tanger, hijo de un diplomático de la república en Marruecos, exiliado después de la Guerra civil en Méjico. Jomi había estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Méjico, y era poeta, publicista, fundador del Cine Club Universitario de la Universidad y de Cine Club de Méjico en el Instituto Francés para América Latina.

El matrimonio García Ascot- Elío, participa de lleno en la vida intelectual de Méjico, asisten a cines y debates, lee Maria Luisa sus cuentos en el Ateneo Español de Méjico, y tienen entre sus amigos a Ramón Xirau, Emilio Prados, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Salvador Elizondo, la pintora Susana Noriega y otros escritores y artistas. Fue una época intelectual activa que continuará, aunque vayan a Cuba en 1959 con el encargo de hacer películas de la revolución cubana pa ra ICAIC, Instituto Cubano del Arte e Industrias cinematográficas. Allí se relacionaron con el prestigioso grupo de la revista Orígenes Alejo Carpentier, Lezama Lima, Ángel Gaztelu, Fina García Marfut, o Cintio Vitier. No comparten las ideas revolucionarias y después de año y medio vuelven a Méjico. Sus contactos y amigos de América fueron importantes y selectos, y practicaron el arte de la amistad creativa, también tienen entre sus amigos al cubano Eliseo Diego, al español Emilio Prados o a los colombianos Álvaro Mutis o Gabriel García Márquez.

En 1962 basada en un cuento de María Luisa y protagonizado por ella Jomi García Ascot rueda el largometraje experimental Desde el Balcón vacío, la primera película rodada en Méjico sobre el exilio español desde la visión de un exiliado. El guion es anticipo de lo que será el libro que años después publicará Tiempo de llorar (del que hablaremos) un relato cinematográfico autobiográfico del exilio y la nostalgia, aunque algo desdibujado tal vez porque las personas que les ayudaron todavía están vivas y está vivo su padre. Es la misma búsqueda, expresada en imágenes cinematográficas. Dedicado a los exiliados españoles muertos en el exilio, la película, ampliamente premiada pero nunca comercializada, fue recibida por los exiliados con aplausos y lágrimas. El desconcierto de una niña que busca en sus recuerdos sin hallar su pasado, su necesidad de volver y de reencontrarse y encontrar a los suyos, la familia perdida, está ya presente en esta película, donde la protagonista, que interpreta ella misma, se presenta niña y adulta desolada y confusa. Su necesidad de volver al lugar desde donde se partió, Pamplona, y la búsqueda de un tiempo perdido, la infancia, se acelerará con la muerte del padre, Luis Elío, en 1968, con él se acabaron las referencias de una etapa que una niña de siete años no puede recordar. Ese mismo año se divorcia de su esposo. Necesita el regreso  que afrontará con su hijo Diego cuando en 1970 se decida  a buscarse a sí misma al regresar a Pamplona. Volver desencadena una crisis nerviosa que desembocará en la escritura del texto que comentaremos en la próxima entrada:

"Y AHORA ME DOY CUENTA QUE REGRESAR ES IRSE"