Ayer, 5 Cinco Horas con Mario en la Televisión
Española2. grandísima sesión, basada en la
novela de Miguel Delibes adaptada al teatro por la directora
Josefina Molina, responsable ayer de esta nueva versión televisiva. Precedida
sobre un reportaje sobre Lola Herrera, actriz protagonista de la versión
teatral y televisiva, quiso ser el homenaje de despedida de las tablas de la gran Lola
Herrera. el reportaje fue obra de Daniel Dicenta, hijo de Lola.
Miguel Delibes fue uno
de los más grandes, si no el más, de los novelistas españoles del siglo XX; hay
críticos y lectores que consideran que pudo, aunque no lo fue, haber recibido
con justicia el Nobel. Así lo pienso yo. Sus protagonistas son cercanos y
creíbles. Pese a la crítica, o la disconformidad que encierra
toda la obra de Miguel Delibes de la hipocresía con que se rige la sociedad, muestra,
también en todas ellas, compasión por los personajes. En el intento de que los
entendamos, aunque no nos gusten, los hace comprensibles porque los humaniza al
hacerlos semejantes a nosotros y nuestras contradicciones. El sabio uso del
lenguaje en su obra, un castellano rico, trasparente, fluido y capaz de cubrir
todos los registros, el urbano y el rural; el culto y el popular; el infantil y
el adulto. El protagonismo que otorga al paisaje, el amor y el respeto a la
naturaleza. El hondo sentido cristiano, la mirada serena y también la bondad y un
punto de ironía forman la urdimbre de su obra su obra. La experimentación con
las técnicas narrativas, que la hay, nunca es excesiva ni afluye a un primer
plano; escribe desde la novela epistolar no exenta de guasa, Las
cartas de amor de un Sexagenario voluptuoso[1]
a la crítica social de Los Santos inocentes[2],
la política y el abandono del campo de “El disputado voto del Señor Cayo[3], la
antibelicista de Mi idolatrado hijo Sisi[4]. Es casi autobiográfica de Señora de Rojo
sobre fondo Gris[5],
sobre el amor, la creación, la depresión y la pérdida. Toca la novela de
investigación histórica, casi ensayística de “El Hereje”[6],
su obra final. Pero no era mi intención
hablar de toda la obra muy extensa de Miguel Delibes, sino referirme a los
avatares de una sola. La de ayer.
Cinco Horas con Mario fue publicada por la editorial Destino en 1966: Utiliza la
técnica narrativa del soliloquio, monólogo interior que se convierte en
exterior al subir al escenario, pues la novela se trasformó en una obra de teatro
en 1979. Al adaptarse al Teatro, la trasmisión del comunicador, Delibes, y su
intérprete, Lola Herrera, con los espectadores es directa, pues transforma a
los lectores en testigos integrándolos al lado de la escena, de ahí que la
fuerza de su texto conmocione a los espectadores introduciéndoles en
el debate e impulsándolos a tomar partido. Dirigida por Josefina Molina, producida
por José Sámalo, la obra se representó por primera vez en Madrid en el Teatro
Marquina en 1979 protagonizada por Lola Herrera, que vivió en carne propia
como actriz el drama de Carmen Sotillo. Sigue siendo hoy, después de cuarenta
y tres años Carmen Sotillo Lola Herrera, en un papel que la consagró entonces y
que cada vez más la intérprete y el tiempo iban llenando de matices, pues el
juicio que nos merecía entonces ha ido enriqueciéndose con el cada vez hoy más plural
debate de los roles.
La insatisfacción
vital de la protagonista Carmen Sotillo era la que ella misma adolecía cuando
se estrenó, según confiesa Lola Herrera. Puede entenderse como la
incomunicación y el fracaso matrimonial de una mujer de su tiempo, pues tal vez
represente a un grupo social muy numeroso en España en las décadas cuarenta,
cincuenta, sesenta y hasta la mitad de los setenta: una mujer convencional de la
burguesía media-media. Esa
identificación total de Herrera con su papel en la obra consiguió una actuación magistral,
tanto que llegó a perder el sentido en una ocasión por el esfuerzo psíquico y
por la coincidencia con la crisis personal de la actriz y su separación matrimonia del también actor Daniel Dicenta. La ruptura Herrera-Dicenta argumenta
la historia que filma la directora Josefina Molina en 1881 en la película Sesión
de Noche, basada en los hechos reales y protagonizada por ellos mismos. Realizada
sin otra acción que el diálogo con su exmarido sobre las causas del fracaso que
aboca a la ruptura, hizo que identificáramos a los personajes. Ambos dramas, el
real y el de creación, Carmen Sotillo y Lola Herrera, se comunican e intercalan,
solo que en el primero el marido muerto, Mario, no puede responder y sí lo hace
el exmarido, Daniel Dicenta. El apasionado y descarnado diálogo muestra a un
Dicenta condicionado por los prejuicios de su educación de hombre, tanto como
Lola Herrera lo está en su condición de mujer. Para Lola Herrera fue una
catarsis de la que salió, cosa que no pudo hacer Carmen Sotillo pues quedó
fijada en la novela y en el teatro como personaje de ficción.
La obra, nos obliga a un debate posterior ¿Por qué ese
fracaso, esa falta de horizontes (lectura de hoy) de una mujer, sea pacata y
mezquina como Carmen Sotillo o no lo sea como lola Herrera? Tal vez porque está condicionada por esa sociedad cerrada y hostil, como cuando Delibes escribió la
obra en 1966 o en la que vivía Lola Herrera cuando se casó en la España de 1960.
Podríamos apuntar a la larga lista de mujeres castradas de
las que da cuenta el cine o la literatura, mujeres bellas y capaces como
Felicidad Blanch, de clase media alta, cuyo testimonio nos desasosegó en la
película reportaje El Desencanto[7], y
la aparición en pantalla de la familia de Leopoldo Panero, poeta del régimen, también
de clase media alta, con quien se casó en 1941; con ella asistiremos a la autodestrucción
personal a la que toda la familia Panero y sus descendientes es arrastrada.
Tampoco Leopoldo Panero puede responder, porque el reportaje de la película se
inicia a su muerte. Falta de horizontes y sobra de prejuicios avocaron a la
infelicidad mujeres como Carmen Sotillo o Lola Herrera, y por tanto del hombre
con el que convivieron: al fracaso de la pareja. Ese reflejo triste y entre
visillos de Carmen Martín Gaite, cuyo matrimonio también hizo aguas, o la
película Calle Mayor de ambiente agobiante[8],
basada en La señorita de Trévelez de Carlos Arniches[9],
todas esas mujeres frustradas que sienten la impotencia por no saber o no poder
vivir de otra forma y
romper los condicionamientos sociales de una burguesía provinciana o capitalina
española. Mujeres insatisfechas que sufren su propia incapacidad económica,
sexual y social. Podríamos añadir a la lista La película la Tía Tula, de 1964
de Miguel Picazo, basada en la novela de Unamuno[10].
Todo eso y mucho más sugiere ese monólogo conmovedor de
Carmen Sotillo a la que yo no salvo, si la miro con mi mirada actual. Y quizá la
disculpe un poco, si la juzgo con mirada de lo pasado que llegué aún a conocer.
Su monólogo muestra la vulgaridad ramplona, la falta de vuelo, la mentalidad
pequeña y pacata, el topicazo del amplio abanico de todos los prejuicios
heredados por su educación- racismo, machismo, clasismo- y asumidos sin una
pizca de espíritu crítico; la pasividad cómoda de no optar por otra salida que
le permita entender el cambio social y vivir la realidad que la está condicionando.
Su fracaso personal lo achaca a su marido. El desprecio hacia unos valores que
no son los suyos y que no hace nada por entender y sus cortas expectativas
matrimoniales basadas en el triunfo social a través de la pareja elegida, la
ruindad con que juzga el mundo y a sus semejantes nos resulta incómoda. Quizá
porque en algunos de esos prejuicios pudiéramos reconocernos.
La mirada feminista
actual tampoco salva a Mario, su marido, catedrático de Instituto. El hombre
que inicialmente cuando la obra se escribió pudo representar el bueno, el
ecológico, el insobornable, el intelectual con capacidad para ayudarla a crecer,
no la ayuda. No es capaz de colmar las aspiraciones de su mujer, ni las suyas
propias. Si bien es cierto que vive de acuerdo con sus ideas, por lo que choca
con la sociedad, con sus colegas y con su familia, no parece haberse esforzado
por satisfacer unas mínimas aspiraciones de Carmen, tampoco parece que lo haya
intentado. Son dos mundos cerrados. Aunque no sepamos la causa, una profunda
depresión que no busca salida, ni médico ni comunicación con los suyos de los
que parece vivir al margen, le muestra también como víctima, aunque tenía más
capacidad para no serlo que Carmen Sotillo.
¿De dónde pudo Delibes sacar los personajes tan reconocibles
de esta obra? Sabemos que nada tiene que
ver su realidad personal y la de su esposa Ángeles de Castro a Carmen Sotillos,
pues Ángeles representaba la contra-réplica, fue una mujer alegre y activa,
compañera siempre, madre excelente y cuya muerte le dejó sumido en una crisis
personal y creativa. Hubo más tipos de matrimonios y de mujeres. Lo que si puede tener mucho de autobiográfico
es esa sociedad opresiva en la que mujeres de la posguerra, herencia directa
del siglo XIX, fueron adoctrinadas.
Porque ha cambiado la situación social, educativa y laboral de
la mujer , creo que hoy sería difícil encontrar a otra Carmen Sotillo en las
nuevas generaciones, a partir de los mediados 70, en que en España inicia una forma
política liberal y democrática, pero su personaje, Carmen Sotillo, entiendo,
representa un arquetipo, como Anita Ozores o Madame Bobary, Como Anna Karerina
en el XIX, el retrato de una mujer condicionada por su tiempo.
La obra de ayer, nuevamente llevó a la gloria a la gran Lola
Herrera y su vitalidad. La actriz interpretó
un papel extraordinario. En un escenario negro, casi vacío y a obscuras con
media docena de sillas, una mesa de despacho y un ataúd en el suelo, su voz
llora, ríe, descarga su conciencia, acusa, llena el espacio de reproches y de
sueños incumplidos. Una Lola Herrera grande, sensible e inolvidable que sigue
conmoviéndonos.
Hasta siempre, Grandísima.
[1] Barcelona,
Ediciones Destino, colección Áncora y Delfín, 1983
[2] Barcelona,
Destino, 1981
[3] Barcelona,
Destino, 1986
[4] Barcelona,
Destino, 1953
[5] Barcelona,
Destino, 1991
[6] Barcelona,
Destino, 1998
[7] Jaime Chávarri, 1976
[8] Luis
García Berlanga, 1956
[9] Obra de
teatro de Carlos Arniches, estrenada en el Teatro Lara, 1916
[10]Madrid, Editorial
Renacimiento, 1921