SEPTIEMBRE, 24
Todavía no había terminado septiembre, acababa para mi el día 24. El 25 tomaba yo las de Villadiego camino de Madrid con mi maleta, o de Granada o de Pamplona. Diez días antes de la Virgen del Romero- segundo domingo de septiembre- se celebraba el decenario y después empezaban las fiestas de Cascante. Me gustaba el decenario por la música sacra de los gozos, cada día distintos, algunos muy bailables. Íbamos de mocetes la pandilla al final de la misa con sermón desde el púlpito, y de la novena, a escuchar los gozos y a cantarlos:"Aunque la cuesta es pesada para subir a este templo " Entonces no, ahora se me hace pesadísima. Creo que, adolescentes, en eso éramos castizos y nos sabíamos de memoria los tonos de los gozos con su estribillo y la letra del himno que aún suelo cantar sin equivocarme. Cantarlo a voz en grito era nuestra debilidad. La música del himno, me enteré más tarde, era de Fermín Irigaray y la letra de José María Sanz; y los gozos cascantinos de diverso pelaje, tiempo de ilustración o romanticismo, regalos hechos para la Virgen del Romero por el Alemán o por Alfonso de Lotelleríe y de Fallois, cascatino que también compuso zarzuelas y murió en Méjico; o por otros. No sé si recuerdo bien, pero quizá todavía sonase el órgano. Septiembre daba entrada a todo eso y a las fiestas y, porque éramos refinos en un pueblo ciudad como el nuestro, no eran carros lo que cerraban el círculo de plaza para las dichosas vacas sino palcos aristocraticos de colores pegados a las casas. Ha cambiado ahora casi todo y no parece septiembre, no hay tantos curas, ni hay púlpitos porque los arrancaron de cuajo, ni suena el órgano sino el armonium; y aquellas tías nuestras que asistían cada día devotas a los oficios del decenario ya no existen. Los Cuquis y Laurita, que eran ingeniosos y gamberros, las llamaba "el frente de juventudes", porque todas eran añosas, aunque risueñas y divertidas, y se sentaban juntas al entrar y salir a la basílica en los adosados bancos de piedra que franquean la entrada al Romero. Allí, mis tías y las otras tías de todos. El frente de juventudes hoy seríamos nosotros. De lo que fue pandilla unos se fueron definitivamente, otros van y algunos ya no vienen. De los palcos solo quedan algunas fotos viejas que amarillean y demuestran lo que fue y que se fue, como las hojas juguetes del viento, que diría Espronceda. Y tampoco los ricos helados de fuchina de la Sierra y las manzanitas rojas de caramelo de la Cristinica y los pepinillos en vinagre de la Morena, que a mi me gustaban mucho más que las vacas.
No
sé muy bien porqué septiembre me recuerda todavía imágenes aún más
antiguas, como la mesa cuadrada del cuarto de estar de mis tías, con
quienes vivíamos con mi madre de pequeños, y las blancas fuentecillas de
pimientos rojos, verdes, remolacha, pepino, rabanitos , tomate ,
cebolletas, salpicando de alegría el mantel. O aquellos pimientos
pajarillos a los que mi tío Antonio le cortaba el copete con su ritual
para echar aceite y vinagre y sal, agitarlos y comerlos a dedo y a la
mordiscos. O aquella achicoria cocida por la que me castigaban sin comer
y sin postre. Todo aquello era en septiembre.Y la huerta. Y Pirulo.
^Luego
septiembre fue casi solamente el día 24, la virgen de las Mercedes,
cumpleaños de una de mis tías, Mercedes. A partir, creo que fue de los
70 de mi otra tía, Isabel, por eso de que no sabíamos si al año
siguiente podríamos contarlos toda la familia, nos convocaban en sus
cumpleños. No olvido nunca esas fechas, aunque ya nadie, excepto mi
hermano y yo quedemos. Ah, también vive Chelo. Primero presidió Tío
Jesús, para entonces tío Antonio, primero, y luego tío Angel ya no
estaban. Los primos Juan Mari y Nancho, Pili y Luis, Manolo y Maruja
Miguel y Chelo, José Javier y yo, allí estábamos, aunque nunca venían
desde San Sebastian José Marí y Terete. La comida en el comedor grande
seguía con cierta liturgia, aunque menos solemne que lo que un día
fueron aquellos días de celebraciones. Añoro las menestras de Lucía,
nunca las probé más ricas, tampoco sus pimientos rellenos de marisco con
receta del OPUS. La tarta de hojandre la traía nuestro cura, D José, de
Calahorra. Me gustaba ponerme en el esquina derecha de la mesa con los
primos más cuchipanderos y todas las fuentes acababan y las bromas
empezaban a nuestro costado, en eso me parezco a lo más informal de la
familia, a nuestro lado siempre había risas. No lo sé, no entiendo bien
por qué, pero aquellos banquetes forman parte de lo más entrañable de mi
memoria, mis maravillosas tías y nuestras reuniones familiares. Quizá
porque estábamos todos y nadie discutía, quizá porque estrechábamos en
cada cumpleaños los lazos de familia. Uno a uno se fueron. Así que hoy,
24 de septiembre, es casi inevitable, los recuerdo, aunque no lo
pretenda. Y porque ya sólo quedan sus sombras luminosas en mi comedor
grande, nada importa si estoy o ya no estoy el día 24 de septiembre en
Cascante: Muchas felicidades.
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