Mi
santo en octubre me evoca otros santos. Era la virgen del Rosario
muy esencial en casa, pues mi madre también se llamaba Rosario,
posiblemente en honor de una hermana de su madre del mismo nombre. Yo nací el once de octubre, por lo tanto tan cerca que ganó mi
madre en la apuesta que se llevaba con su familia política y me puso
su nombre, con lo que mi pre-madrina no consiguió llamarme como mi
abuela paterna Teresa- y declinó la oferta. Teresa fue mi segundo
nombre. Me pusieron el nombre de mi madre y de mis dos abuelas.
Romero era mi abuela materna, como la Virgen del Romero patrona de
Cascante. Dijeron que en casa estábamos las tres partes del rosario,
tía, madre e hija, aunque a mí nunca me llamaron Rosario. Era mi
tía abuela Rosario alta y erguida. Había sido rubia y se peinaba siempre
con un moño bajo con horquillas de concha y siempre la vi vestida de
negro; sus ojos azulísimos inspiraban ternura aunque sus modos eran
serios y severos. Fuimos a vivir con ella cuando mi madre se marchó
de casa de mi abuela por culpa de su novio. Mi madre era morena, con
un pelo precioso; quizá fuese en su juventud algo altiva,
porque era guapísima, tenía una autoconfianza que a lo largo el tiempo no me
resultó tal, pues vi cómo su melena se convirtió en
pelo ralo y su seguridad en el aislamiento al que la sometió su luego
marido, que yo no entendí pues me dolía conocer su
deterioro. Ella era bachillera. Se la ve en las fotos de antes de la
guerra siempre con una melena media o corta y ondulada. Tenía ojos garzos
y un lunar negro encima de los labios. Llevaba ropa bonita,
como de figurines de la época, y los zapatos originales y elegantes,
así estaba reflejada antes de morirse mi padre, luego
todos, hasta nosotros niños, nos pusimos de negro, pero no me
acuerdo, pues me faltaba un mes escaso para los dos años. Mis
recuerdos fueron muy posteriores. En estas fechas de octubre
Cascante se queda frío porque sopla el cierzo y el otoño se
presenta de pronto con sus aires inoportunos y chirrientes. Cuando no
hay viento los atardeceres son rojizos y tibios y el cielo parece sereno y acogedor, aunque algo nostálgico, ya que las
carretas de uva, en una región eminentemente vinícola, pasan por
las calles con su olor entre dulzón y ácido y con ellas sabemos que
ha venido el otoño y su vendimia. Antes eran carretas y carros
tirados por caballos, luego fueron tractores cargadísimos con cubas
y comportas y ahora son furgonetas y tractores ruidosos. Las casas se
destemplan . El cielo es azul, azulísimo intenso y los atardeceres son
coloreados como un tinte de vino tempranillo o garnacha. Era octubre
también tiempo de recoger las almendras, pues en la zona suelen los
propietarios poner varias filas de almendros en las lindes de las cepas o las empeltrerías. Nosotros- mi hermano y yo- teníamos alguna viña así,
herencia de mi abuela paterna, que luego se pulió nuestro padrastro;
pero hablo de un tiempo en que él había aparecido, pero
todavía no reinaba. En Octubre empezaba nuestro internado en Tudela, si no recuerdo mal, para cuando empezaba iba mediado el mes, o
sea que podíamos, porque nos divertía, asistir a los rituales de la
pela de almendras en un zaguán de casa, al lado de la entrada. Es
curioso el recuerdo y también como el sueño disfraza la memoria.
Venían a casa peladoras de almendras, las mas de ellas mayores o
mujeres oscuras con bigotes y se ponían sentadas en sus sayas en
sillas bajas de anea bordeando el montón y, entre rezos de rosario y
chismes y diretes y dimes, pelábamos almendras quitándoles las
vainas. Se rezaban murmullos, letanías, y ahora , cuando lo evoco,
me puede recordar a algo mitad tétrico y sin embargo mágico , como
el duelo de la Casa de Bernarda Alba o algún esperpento de Valle
Inclán, quizá porque entre las peladoras había una vieja
desdentada y chillona que contaba con malicia historias de muertos,
de desaparecidos, leyendas del pueblo como de novias abandonadas,
soldados de la guerra de Cuba, mientras los gatos maullaban o
saltaban por entre las almendras con sus pieles lustrosas. Aquello,
algo como de cuento de Poe, me provoca la melancolía cuando llega
octubre y me saltan un poco los moquillos al recordar nuestro santo,
la Virgen del Rosario el santo sobretodo de mi madre y octubre.
Me ha encantado el relato de tu infancia, para mi también es un día muy especial el día de la Virgen del Rosario, mi hija mayor nació ese día, mi madre quería que le pusiera aunque fuese añadido el nombre de Rosario, pero a mi no me gustaba porque tenía una vecina que se llamaba así y lo de Charo había degenerado en Charitiqui, mis suegros querían algún nombre de familia, finalmente fue Susana (no conocía a nadie con ese nombre)
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