jueves, 18 de octubre de 2018

DOMINGO 11-7-1852: Las mujeres escritoras



Creo que mucho ha cambiado la posición de la mujer, aunque incomprensiblemente, pese a la educación que pedían algunas bravas pioneras y que es un hecho hoy,  sigue existiendo un placaje, y también menosprecio, en los juicios que algunos "intelectuales" hacen sobre su valoración de la mujer escritora ¿Sería posible un ME TOO  literario? Seguro que si. Pero no es el blog lugar para ajustes de cuentas. Pienso que un intelectual no bloquea, sino que crece y se divierte con otro que ofrezca una visión distinta; y que solo los mediocres, o los egocéntricos, o los narcisistas  invaden, bloquean, agreden y menosprecian- y copian- las visiones ajenas. Una cosa es la competitividad y otro que se utilice desde la superioridad inexistente del sexo. No existe. Escritores hay mucho más blandos e inanes, la fortaleza lingüistica y literaria y la capacidad de ahondar y de expresar no es atributo del sexo.


Mundo Cane. Pero vayamos al texto de 1852



 Domingo 11 julio 1852


LAS MUJERES ESCRITORAS

La vida literaria sobrepuja por sus emociones y sus luchas las fuerzas de la mujer


Existe una prevención reconocida hasta por los países más privilegiados contra las mujeres literatas, o por otro nombre marisabidillas, etc.

Esta presunción, por desgracia general, ha arredrado a muchas en la carrera de la literatura. El temor de la crítica del público ha cortado no pocas veces los vuelos al genio general; pero las más se ha estrellado contra ese eterno anatema que sin cesar fulminan los hombres sobre las que, sin arredrarnos por los obstáculos que embarazan de continuo la escabrosa marcha que seguimos, tratamos de sostener a todo trance con la pluma nuestros desatendidos derechos. Hombres hay que no tomarían por esposa una mujer de reconocido renombre literario por cuanto oro reproducen las californias. Razones mil podríamos aducir en contra de tan absurda preocupación, pero nos abstendremos muy bien de hacerlo, tanto porque ya se han tomado este trabajo plumas más autorizadas que la nuestra cuanto porque, al ofrecer al público los primeros rasgos del genio femenil, hemos previsto los inconvenientes que acarrea la vida literaria, y el ya citado, por carecer absolutamente de importancia para nosotras, no nos hará cejar ni un ápice el propósito que nos guía. Pasaremos pues a tratar bajo otro punto de vista la cuestión.

Es ciertamente en los hombres una crueldad inaudita censurar de continuo a las que después de cumplir las obligaciones que nos imponen nuestro sexo y estado cultivamos las letras; ocupación que, si bien miramos como un objeto de recreo a las tareas domésticas, es la carrera en que emplean su vida muchos de ellos. Si fueran imparciales ¿no confesarían francamente que nuestra conducta es más digna de elogio que de vituperio? Preciso es alegar, en nuestro abono, señores, que si tal prevención abrigáis contra nosotras es porque sois testigos de eso que llamáis nuestros triunfos y no presenciáis nuestros afanes ¿Imagináis tal vez que al lanzarnos a la arena literaria recorremos una senda tapizada de flores y embalsamada de perfumes, y que llueven a nuestros pies coronas de laurel pero para ceñirlas no tenemos más trabajo que colocarlas en nuestras cabezas? Ah! Dirigid una ojeada rápida a nuestra vida, seguid nuestros pasos y presto saldréis de vuestro error.

Vednos volver a horas avanzadas de la noche del teatro, las sociedades, ect. Y, en vez de entregar el espíritu en manos del sueño, ocuparnos en ojear pesados libros cuyo solo aspecto haría horripilar a más de una de nuestras amabilísimas doctoras. Vednos en los parajes públicos que frecuentamos, y en el retiro de nuestro gabinete, cercenando el tiempo a las distracciones y al descanso para atender alas multiplicadas obligaciones que sobre nosotros pesan. Pero no, no os toméis tan pesado trabajo; fijad una mirada en el semblante de la más modesta escritora, y un ligero examen lo explicará todo. Sus ojos rodeados de azulados círculos, su frente, prematuramente surcada, y su presencia abatida ¿no os revela que pasa tal vez largas horas de insomnio, que el pensamiento devora su mente, y que los vanos tiempos del orgullo no son susceptibles de recompensar los afanes que consumen su existencia? ¿Por qué pues en vez de criticarnos no os ocupáis de compadecernos? ¿No os lastima vernos agobiadas al empezar a vivir?¿No os conmueve vernos hacer esfuerzos sobre nuestra propia flaqueza?¿Y qué nos decís de las emociones, la zozobra y la continua lucha que acarrea una vida expuesta siempre al fallo de una sociedad que, aunque galante en la apariencia, suele ser en el fondo exigente? ¿Y que decís de las privaciones y molestias que aunque soportadas con gusto nos impone nuestra cualidad de escritoras? ¡Cuantas veces ahogando los dolores del alma nos vemos obligadas a dar tortura a la imaginación para cumplir los compromisos que los amigos exigen a nuestra pluma ¡¡Cuantas también olvidando nuestras físicas dolencias abandonamos el lecho para pesadas tareas, porque reclaman nuestra firma los periódicos que redactamos!

Pero nada de esto os detenéis a examinar, señores; quemáis en aras de vuestro orgullo el incienso de la adulación y decís por eso que no hacemos más que hacinar laureles. Y cuanto os equivocáis. Al elevar nuestro acento, ya en verso, ya en prosa, no solo cumplimos el deber que nos hemos impuesto de defender los intereses de las mujeres, si es que al propio tiempo rendimos un tributo de gratitud al Supremo Hacedor. ¿Para qué puso la pluma en nuestra mano y enriqueció nuestra mente con el estro divino de las Safo, las Teresa, las Sigeas? Nada en el vasto imperio de la naturaleza nace sin objeto: todo está previsto por su creador. Si todas las flores fueran iguales cansaría su perfume, no podrían servir para los diferentes usos a los que las destina, y los prensiles presentarían un aspecto monótono. Si todas las mujeres fueran escritoras muchos hombres no sabrían en que ocuparse y el mundo sería una confusión. Dios al crear débil aquel ser hizo algunas excepciones, y repartió en todas los países mujeres que alzaran la voz en nombre de la mitad del mundo; y su acento sonoro, resonando con poderoso eco en la otra mitad, ha sido y será legado de la posteridad de unas y en otras generaciones.

¿Por qué pues queréis que desaprovechemos el rico tesoro que con mano previsora nos prodigara la Providencia? ¿Por qué queréis que desatendamos la más sagrada obligación? ¿Tenemos que luchar a cada paso con insuperables obstáculos? ¿Nos faltan talentos para llevar a cabo la colosal empresa de mejorar nuestra suerte presente y futura? ¿Tenemos que luchar a cada paso con insuperables obstáculos? Nada importa. Ánimos decididos como los nuestros no se arredran ante ningún tipo de escollos, pues tienen presente que de la constancia es el premio.

Acérrimas defensoras de nuestro sexo, mucho podríamos hacer en pro de él si las facultades del entendimiento igualaran la firmeza de nuestra voluntad: esta suplirá nuestra insuficiencia; pero aún cuando un éxito feliz no coronara nuestros esfuerzos, nos acompañaría la satisfacción de haber hecho para su buen logro cuanto ha estado a nuestro alcance. Temerario es en verdad nuestro proyecto. Jóvenes que empezamos a recorrer la senda de la vida, y que hace un año no habríamos tomado la pluma mas que para seguir correspondencia con nuestras amigas, hoy sin guía ni experiencia nos lanzamos a sostener importantes cuestiones, cargando al hacerlo con inmensa responsabilidad: Mas la sana intención que nos anima atenuará algún tanto tamaño atrevimiento. Quedarnos estancadas en la estrecha senda que tan perezosamente trillaron nuestras abuelas, sería atrasar mucho en el siglo de las luces, de la ilustración y del vapor: nosotras estamos precisadas a caminar al par de los adelantos de la época : no podemos desperdiciar el único medio que se nos presenta de coadyuvar de algún modo a los progresos de los hombres: somos obligadas a seguir el ejemplo que nos han, trazado al lanzarse al vasto campo de la civilización y las mejoras generales, excepto a la más importante, a la del desarrollo de las facultades intelectuales de la mujer. ¿Por qué pues no le hemos de procurar nosotras? Nace el ruiseñor y lanza un caudal de armonía; bulle el arroyo y exhala un murmullo; nace la rosa y vierte su perfume; ¿Y nosotras somos de peor condición? ¿ A nosotras, seres racionales en cuya frente brilla el sello de la divinidad nos ha de ser vedado lo que es permitido a un ave?¿A un Río?¿A una flor? Pesad nuestras palabras y ver si en esta, como en otras ocasiones, está la razón de nuestra parte.


Y no se crea que al expresarnos así tratamos de invadir atribuciones que en manera alguna puedan adunarse con la tranquilidad de nuestro carácter y la debilidad de nuestra naturaleza. Lejos de nosotras tan absurdo propósito. Rijan en buena hora los hombres los destinos del Estado desde el mundo del poder. Lleven con sus armas vencedoras sus repetidas victorias en los confines del globo. Viertan sobre el papel pensamientos que los inmortalicen, y graben con caracteres de oro sus nombres en la historia. Nuestra ambición es más limitada, más noble. “Mejorar la situación de la sociedad por medio de la instrucción de la mujer, y defender la causa de sus derechos; he aquí el lema de la bandera que hemos enarbolado, y bajo la que vienen a alistarse de continuo nuevos ingenios femeniles. Más concluyamos por hoy.

Si soportamos en nuestros débiles hombros una carga que hasta el presente siglo ha pesado sobre el sexo fuerte, salvando raras excepciones; si arrastramos el anatema que esta fulmine sin cesar sobre las que nos arrogamos derechos que juzgó eran patrimonio exclusivo suyo; si haciendo frente a todos los obstáculos recorremos ser sin vacilar la áspera senda a la que nos hemos lanzado, es, lo repetimos, para proporcionar a la sociedad, por medio de la ilustración de nuestro sexo, bienes incalculables, que bajo ningún concepto pueden ser desconocidos, y para afianzar sobre sólidos cimientos el vacilante trono de la mujer

M V D

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